“Y así como la vida; que no parece nada, hasta que la pruebas…” 

Te cuento; Antónimo Raicilla es originario de La Orilla, un poblado ubicado en el estado de Jalisco en México. Pero si tuviera que serte honesto te tendría que decir que La Orilla no existe, yo la inventé porque así es como le digo al lugar en el que viven mis penas y mis más preciadas memorias. Para ser exactos es del monte, cerca de Tequila, allá donde la tierra colorada se funde con el sol que chamusca los ojos del que mira de frente. 

Para poder hacerlo combino los talentos de agaves silvestres como la pata de valenciana y la maximiliana; así también se llama mi hija, la mayor. Dicen que mi raicilla es un antídoto que entume los malos piensos y acalla las voces de los malintencionados, pero a mi se me hace mucho decir; lo que sí puedo afirmar es que Antónimo es completamente lo opuesto a estar muerto.  

Que no te engañen; para hacer la raicilla no es necesario estar bendecido por dioses prehispánicos ni tener comunicación con las estrellas. El único requisito que me pidió mi padre antes de enseñarme a hacerla es haber vivido; y haber vivido bien. Eso significa disfrutar, pero también haberse sentido desolado; llorar, pero seguir soñando por las noches. 

Al final, parece que uno no hizo nada. Cuando se hace un estofado o un menudo, se echa de ver que hubo trabajo, ingredientes y colores. La raicilla es transparente como el agua y mientras más transparente mejor; eso significa que mientras mejor trabaje uno, menos se ve la chamba. No es hasta que se prueba cuando se siente el primer trancazo, es inevitable, es un centenar de memorias en una botella; y así como la vida, que no parece nada, hasta que la pruebas. 

Atte.

A.